Se marcharon a comer.
Mientras comían ya no hablaban, se miraban solamente adivinando lo que el otro pensaba en veces y otras tantas con la certeza de saberlo, y entonces sonreían. Es tiempo de rutina, costumbre, rota en momentos por destellos en sus miradas o una que otra palabra que no era común escuchar. Siempre disfrutando hasta del mínimo detalle.
– Tienes un poco de crema ahí – le dijo señalando en su propio rostro el sitio
– ¿Aquí? – señalando él, el sitio equivocado a propósito
– No, aquí – y le dio un beso con la intención de hacer una caricia y limpiarle el rostro. Era algo que estaba acostumbrado a hacer – ¿Podemos ir a caminar un rato? Ahora que ambos tenemos tiempo –
– Si, a donde quieres que te lleve –
– Llévame lejos, donde nadie nos pueda alcanzar nunca, donde nadie quiera separarnos, donde tú y yo siempre estemos juntos – dijo agachada y prendada de la manga de la chamarra de él.
Renato la miro de una forma que la misma Camila sabia que utilizaba pocas veces, la tomo suavemente de la mano que poco a poco fue apretando con los dedos entrelazados
– Suicidémonos, así estaremos juntos para siempre –
Aquella propuesta había sido absoluta, Camila sabía muy bien que no iba en serio pero la había hecho sonreír como hacía mucho tiempo, sus ojos destellaban como los de un gato que a media noche refleja la luz de algún lado. Se había emocionado y su corazón palpitaba como loco, con las claras intenciones de no detenerse jamás.
Una depresión repentina se apodero de su corazón y sentía la necesidad apremiante de demostrarle, lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo quería. Toda la tarde se la paso repitiendo la misma frase, que aun a Renato preocupaba por tan continua repetición, y por mas que le preguntaba porque le decía lo que le decía, ella siempre contestaba lo mismo que al principio “Simplemente quiero decírtelo. ¿No puedo?”
Así Renato termino aceptando que no podía hacer otra cosa más que seguirle el juego y esperar que lo que estuviera mal en ella aquel día, por fin dejara de estarlo, y pudiera volver a la normalidad, ya que le provocaba un sentimiento – al principio débil, que después de fue intensificando con el pasar de las horas – se convirtió en una culpa tan pesada como una piedra de molino atada a su cuello. Se sentía culpable por la tristeza de Camila, aunque no encontraba una explicación racional para esta. Y poco a poco a él, lo iba embargando una desesperación atroz.
Mientras comían ya no hablaban, se miraban solamente adivinando lo que el otro pensaba en veces y otras tantas con la certeza de saberlo, y entonces sonreían. Es tiempo de rutina, costumbre, rota en momentos por destellos en sus miradas o una que otra palabra que no era común escuchar. Siempre disfrutando hasta del mínimo detalle.
– Tienes un poco de crema ahí – le dijo señalando en su propio rostro el sitio
– ¿Aquí? – señalando él, el sitio equivocado a propósito
– No, aquí – y le dio un beso con la intención de hacer una caricia y limpiarle el rostro. Era algo que estaba acostumbrado a hacer – ¿Podemos ir a caminar un rato? Ahora que ambos tenemos tiempo –
– Si, a donde quieres que te lleve –
– Llévame lejos, donde nadie nos pueda alcanzar nunca, donde nadie quiera separarnos, donde tú y yo siempre estemos juntos – dijo agachada y prendada de la manga de la chamarra de él.
Renato la miro de una forma que la misma Camila sabia que utilizaba pocas veces, la tomo suavemente de la mano que poco a poco fue apretando con los dedos entrelazados
– Suicidémonos, así estaremos juntos para siempre –
Aquella propuesta había sido absoluta, Camila sabía muy bien que no iba en serio pero la había hecho sonreír como hacía mucho tiempo, sus ojos destellaban como los de un gato que a media noche refleja la luz de algún lado. Se había emocionado y su corazón palpitaba como loco, con las claras intenciones de no detenerse jamás.
Una depresión repentina se apodero de su corazón y sentía la necesidad apremiante de demostrarle, lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo quería. Toda la tarde se la paso repitiendo la misma frase, que aun a Renato preocupaba por tan continua repetición, y por mas que le preguntaba porque le decía lo que le decía, ella siempre contestaba lo mismo que al principio “Simplemente quiero decírtelo. ¿No puedo?”
Así Renato termino aceptando que no podía hacer otra cosa más que seguirle el juego y esperar que lo que estuviera mal en ella aquel día, por fin dejara de estarlo, y pudiera volver a la normalidad, ya que le provocaba un sentimiento – al principio débil, que después de fue intensificando con el pasar de las horas – se convirtió en una culpa tan pesada como una piedra de molino atada a su cuello. Se sentía culpable por la tristeza de Camila, aunque no encontraba una explicación racional para esta. Y poco a poco a él, lo iba embargando una desesperación atroz.